Los docentes, a su vez, cuentan con una oportunidad única de demostrar que no son tan conservadores en sus prácticas, como se los suele visualizar. Por el momento de acuerdo a distintas voces que aquí se reúnen–, muchos maestros comprenden las implicancias de los tiempos actuales. Pero no todos se muestran entusiasmados con los cambios y se resisten a participar de las capacitaciones. Unos por pereza, otros por soberbia y, sobre todo, están aquellos que sufren los obstáculos que les impone una realidad que los obliga a trabajar dos y hasta tres turnos diarios, dejándolos sin horarios disponibles para perfeccionarse. En este punto, es necesaria una mirada introspectiva al interior de la organización escolar: la escasez de horas pagas no áulicas dificulta la formación permanente.
Los supervisores y directivos –coinciden muchas voces– cumplen un rol fundamental en incentivar las capacitaciones, las tutorías y el seguimiento de los docentes que integran su equipo. Son ellos los responsables de advertir que prepararse para dar clase en los nuevos tiempos exige comprender el rol político que cumplen maestros y profesores para garantizar el derecho de los niños a aprender y, en consecuencia, para la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
En sintonía con la Ley Provincial de Educación, el punto de partida del sistema de formación docente debe ser concebido como el ejercicio de un derecho de los maestros y profesores y una obligación del Estado. Poner el acento en esta mirada –en vez de una perspectiva asistencialista– es fundamental para ayudar a complejizar el imaginario que normalmente existe en torno al trabajo de enseñar y contribuir a restablecer el reconocimiento simbólico que ha perdido la tarea del educador. Así también lo entienden –por ejemplo– los gremios docentes, que históricamente incluyeron esta bandera en sus luchas. Sin duda, la instalación generalizada de este punto de vista constituye hoy una de las principales fortalezas a la hora de pensar esta área fundamental del ámbito educativo.